En las noticias. En la radio. En la prensa escrita. Tanto dilucidar sobre su existencia los convierte en prácticamente atemporales pero, ¿han estado los crímenes sexuales siempre ahí?
En 1888 nace en Whitechapel, Londres, el primer conjunto de crímenes, el número de ellos aún por determinar, realizados en un intervalo de tiempo concreto y atribuibles a una misma persona. Es decir, lo que se conoce como el primer asesino en serie de nuestra historia conocida.
Jack el Destripador cometió, por lo menos, cinco crímenes, entre agosto y septiembre de 1888; todos ellos protagonizados por prostitutas, habituales trabajadoras de uno de los suburbios más castigados por la delincuencia y la pobreza del panorama londinense de la época. Crímenes sanguinarios que reflejaban una profunda misoginia por parte del autor, además de una desviación psicológica cuyas pautas de acción, el tiempo nos demostraría, no resultarían acciones aisladas en tiempos venideros. Sus crímenes forman parte de lo que hoy conocemos como “crímenes sexuales”.
La policía de entonces, desconocedora de todas las posteriores aclaraciones que expertos en la materia nos ofrecerían con el paso del tiempo, corrieron tras la sombra de lo desconocido y sus pasos en falso costarían a la historia el caso abierto más polémico con el que criminólogos de todas las épocas hubieron de toparse. A día de hoy, la lista de sospechosos se eleva a la docena y no pasará mucho tiempo antes de que otro “ripperólogo”, (experto en el caso de jack el destripador), nos regale una nueva solución para este enigmático rompecabezas que asemeja indescifrable.
Hacia el 1900, alrededor de 22 años después, un médico austriaco, Sigmund Freud, es bautizado en el mundo entero como el “padre del psicoanálisis”. A pesar de ser tachada de seudo ciencia por sus detractores, entre los que se encuentra la mayor parte de la comunidad científica, ofrece un avanzado estudio sobre la conducta y enfermedades mentales del ser humano, e implanta las bases de lo que se convertiría, más adelante, en la criminología o psicología criminal. Esta se encarga del estudio no sólo del crimen en sí, sino también de la víctima, el infractor y por supuesto el control social del comportamiento delictivo.
En tiempos actuales y a pesar de los innumerables avances conseguidos en el tema, todo esfuerzo resulta claramente insuficiente, y la presencia de agresores, en concreto sexuales, en nuestra sociedad, se hace más notoria a medida que las soluciones se hacen esperar.
La psicología de este tipo de agresores suele poseer una dualidad en el comportamiento del individuo, que por una parte intenta satisfacer su apetito sexual, y por otra no menos trascendente manifiesta una conducta violenta de opresión y supremacía frente a la víctima, conjeturada como ser débil, sometido.
Hoy en día, las medidas penales que pretenden hacer frente a esta clase de delincuencia en la mayoría de los casos no sobrepasan la labor penalizadora, olvidando sobremanera la supuesta función reinsertadora que en tantos casos es obviada, contribuyendo no sólo a la marginación social sino también a la reincidencia de este tipo de criminales. Es cierto a su vez que sólo en determinadas cárceles españolas se está llevado a cabo un programa de reinserción de la mano de terapeutas especializados en la materia y cuyas respuestas, por parte de los infractores, no se hacen esperar. Es pronto para valorar de manera universal los resultados del programa, pero sí que es tiempo de valorar la posición que la sociedad está tomando al respecto. Las miles de protestas que surgen con cada excarcelamiento de un violador que ha cumplido su condena lo evidencian, y lo peor es que la reincidencia del criminal al poco tiempo de salir no hace más que dales la razón a aquellos que protestaban. La cárcel no soluciona el problema, tan solo lo aísla.
Se oyen ahora nuevas voces que pretenden abrir debates sociales para dar a esto nuevos remedios. La castración química se levanta como estandarte de la nueva solución, pero los especializados en la materia no se han hecho esperar, incidiendo en esta otra parte del problema, ya mencionada, que otorga relevancia no sólo al componente sexual del acto sino además al placer que para ellos supone el hecho de someter, cosa que no se solucionaría con la nueva medida. Es necesario entender que una desviación mental de esta índole merece ser tratada como tal, así como los delincuentes como enfermos que son. Una medida como la castración química no parece acarrear la desaparición del problema ni atacar en el nido del mismo, que se encuentra no en el órgano reproductor sino en la cabeza. Medidas tomadas a la ligera podrían además conducir a una agudización del problema, que podría conllevar actuaciones que, aunque no contengan componentes sexuales, podrían contener otros, iguales o peores. A Jack el destripador no le hizo falta violar a sus víctimas para ser englobados sus actos en el conjunto de crímenes sexuales, y castrado o no químicamente no hubiese disminuido su patología criminal, ni su problema con el sexo opuesto.
Cierto es que quizá es pronto para determinar un remedio. Éstas medidas basadas en la reinserción son teóricas para todo tipo de criminales en nuestra sociedad, y faltarán muchos años para que puedan llevarse a cabo, además de mucho presupuesto estatal. Es por esto por lo que por ahora es necesario optar por una medida “pasajera” que nos proporcione margen de actuación, para que en un futuro esperemos no muy lejano, seamos capaces de solucionar de verdad estos y otros problemas. Si la única solución, con los medios provistos, es el aislamiento para este tipo de criminales, no debemos pecar de progresistas asegurando que una reinserción es posible. Es bien cierto que es posible, me niego a creer lo contrario, pero evidentemente no lo es en el contexto en el que vivimos. No debemos precipitarnos con medidas ineficaces si queremos afirmar, en un tiempo no muy lejano, que los crímenes sexuales no estarán ahí para siempre.
En 1888 nace en Whitechapel, Londres, el primer conjunto de crímenes, el número de ellos aún por determinar, realizados en un intervalo de tiempo concreto y atribuibles a una misma persona. Es decir, lo que se conoce como el primer asesino en serie de nuestra historia conocida.
Jack el Destripador cometió, por lo menos, cinco crímenes, entre agosto y septiembre de 1888; todos ellos protagonizados por prostitutas, habituales trabajadoras de uno de los suburbios más castigados por la delincuencia y la pobreza del panorama londinense de la época. Crímenes sanguinarios que reflejaban una profunda misoginia por parte del autor, además de una desviación psicológica cuyas pautas de acción, el tiempo nos demostraría, no resultarían acciones aisladas en tiempos venideros. Sus crímenes forman parte de lo que hoy conocemos como “crímenes sexuales”.
La policía de entonces, desconocedora de todas las posteriores aclaraciones que expertos en la materia nos ofrecerían con el paso del tiempo, corrieron tras la sombra de lo desconocido y sus pasos en falso costarían a la historia el caso abierto más polémico con el que criminólogos de todas las épocas hubieron de toparse. A día de hoy, la lista de sospechosos se eleva a la docena y no pasará mucho tiempo antes de que otro “ripperólogo”, (experto en el caso de jack el destripador), nos regale una nueva solución para este enigmático rompecabezas que asemeja indescifrable.
Hacia el 1900, alrededor de 22 años después, un médico austriaco, Sigmund Freud, es bautizado en el mundo entero como el “padre del psicoanálisis”. A pesar de ser tachada de seudo ciencia por sus detractores, entre los que se encuentra la mayor parte de la comunidad científica, ofrece un avanzado estudio sobre la conducta y enfermedades mentales del ser humano, e implanta las bases de lo que se convertiría, más adelante, en la criminología o psicología criminal. Esta se encarga del estudio no sólo del crimen en sí, sino también de la víctima, el infractor y por supuesto el control social del comportamiento delictivo.
En tiempos actuales y a pesar de los innumerables avances conseguidos en el tema, todo esfuerzo resulta claramente insuficiente, y la presencia de agresores, en concreto sexuales, en nuestra sociedad, se hace más notoria a medida que las soluciones se hacen esperar.
La psicología de este tipo de agresores suele poseer una dualidad en el comportamiento del individuo, que por una parte intenta satisfacer su apetito sexual, y por otra no menos trascendente manifiesta una conducta violenta de opresión y supremacía frente a la víctima, conjeturada como ser débil, sometido.
Hoy en día, las medidas penales que pretenden hacer frente a esta clase de delincuencia en la mayoría de los casos no sobrepasan la labor penalizadora, olvidando sobremanera la supuesta función reinsertadora que en tantos casos es obviada, contribuyendo no sólo a la marginación social sino también a la reincidencia de este tipo de criminales. Es cierto a su vez que sólo en determinadas cárceles españolas se está llevado a cabo un programa de reinserción de la mano de terapeutas especializados en la materia y cuyas respuestas, por parte de los infractores, no se hacen esperar. Es pronto para valorar de manera universal los resultados del programa, pero sí que es tiempo de valorar la posición que la sociedad está tomando al respecto. Las miles de protestas que surgen con cada excarcelamiento de un violador que ha cumplido su condena lo evidencian, y lo peor es que la reincidencia del criminal al poco tiempo de salir no hace más que dales la razón a aquellos que protestaban. La cárcel no soluciona el problema, tan solo lo aísla.
Se oyen ahora nuevas voces que pretenden abrir debates sociales para dar a esto nuevos remedios. La castración química se levanta como estandarte de la nueva solución, pero los especializados en la materia no se han hecho esperar, incidiendo en esta otra parte del problema, ya mencionada, que otorga relevancia no sólo al componente sexual del acto sino además al placer que para ellos supone el hecho de someter, cosa que no se solucionaría con la nueva medida. Es necesario entender que una desviación mental de esta índole merece ser tratada como tal, así como los delincuentes como enfermos que son. Una medida como la castración química no parece acarrear la desaparición del problema ni atacar en el nido del mismo, que se encuentra no en el órgano reproductor sino en la cabeza. Medidas tomadas a la ligera podrían además conducir a una agudización del problema, que podría conllevar actuaciones que, aunque no contengan componentes sexuales, podrían contener otros, iguales o peores. A Jack el destripador no le hizo falta violar a sus víctimas para ser englobados sus actos en el conjunto de crímenes sexuales, y castrado o no químicamente no hubiese disminuido su patología criminal, ni su problema con el sexo opuesto.
Cierto es que quizá es pronto para determinar un remedio. Éstas medidas basadas en la reinserción son teóricas para todo tipo de criminales en nuestra sociedad, y faltarán muchos años para que puedan llevarse a cabo, además de mucho presupuesto estatal. Es por esto por lo que por ahora es necesario optar por una medida “pasajera” que nos proporcione margen de actuación, para que en un futuro esperemos no muy lejano, seamos capaces de solucionar de verdad estos y otros problemas. Si la única solución, con los medios provistos, es el aislamiento para este tipo de criminales, no debemos pecar de progresistas asegurando que una reinserción es posible. Es bien cierto que es posible, me niego a creer lo contrario, pero evidentemente no lo es en el contexto en el que vivimos. No debemos precipitarnos con medidas ineficaces si queremos afirmar, en un tiempo no muy lejano, que los crímenes sexuales no estarán ahí para siempre.