Hemos sido testigos de una amarga polarización de masas. Cuatro años de bipartidismo extremo; de gritos, de discusiones y de desplantes más dignos de un patio de recreo que de unas instituciones con treinta años de antigüedad. Un show que ha culminado con un intenso partido de fútbol, más dado al espectáculo que al buen deporte. Mientras unos coreaban, puño en alto, viva España, otros se jactaban de progresistas. No había lugar para medias tintas. Ni medios vasos. Llenos o vacíos.
En definitiva, el fin de cuatro años de crispación política, reflejado su punto álgido en dos debates televisivos infinitamente copados de proselitismo en su estado más primario. Frasquitos de simpleza, dosificada en intervenciones de un par de minutos. Pero ha parecido bastar. Los españoles nos hemos volcado con inmensa abnegación en las urnas, defendiendo poco más que un color, poco más que un sueño. Blanco o negro. Desde el 89 y en adelante, testigos a su vez de una progresión (más geométrica que aritmética) del número de votos destinados a avalar el bipartidismo. El voto útil que demandaban populares y socialistas no ha dejado lugar a la diversidad. IU ha obtenido el mayor fracaso electoral de toda su trayectoria democrática con tan sólo 3 diputados, frente a 23 en el 79 o 21 en el 96. Tiempos mejores. El partido socialista de Euskadi aventaja al PNV en 11 puntos, también por primera vez en la historia de la democracia. Las dos fuerzas políticas principales, cabezas de cartel, han cerrado camino a los pequeños partidos. La ley electoral se ha convertido en una criba para ellos, obligados a permanecer impasibles ante algo que ni les va ni les viene a los representantes de las dos Españas. Las minorías son hoy más minoría que nunca, mientras perdemos la capacidad crítica, tan trascendental en tiempos como los que corren.
Y por mucho que miro no veo más que hooligans de uno y otro lado, coreando a pies juntillas las siglas de lo que presumen evocar, acopiadas fuerzas e institucionalizado símbolos que aparecen hoy desvirtuados, confundidos significante y significado. La bandera de España representa sólo a la derecha y la izquierda de hoy en día se hace llamar PSOE. Que Víctor Manuel ha abandonado los mítines de IU para acoplarse a los grandes, y es que al parecer el pelotazo urbanístico en esta izquierda está mejor visto. Que la derecha es algo más que una confabulación de obispos radicales predestinados a hacer del mandato de dios la única realidad posible. Que alguien dijo una vez que la palabra y la razón hablan, y la ignorancia y el error gritan. Que la duda es uno de los nombres de la inteligencia. Que se puede ser de izquierdas y se puede ser de derechas, pero que se debe ser crítico.
La televisión se ha convertido en un instrumento de adoctrinamiento ideológico con Iñaki Gabilondo al frente de la uniformidad mental y Eva Hache abogando por un humor que ni es humor ni es nada, más que ridiculización constante del adversario político. La radio es ahora una fuente de catastrofismo y singularidad de la mano de uno de los cuatro jinetes del apocalipsis, alias Federico Jiménez Losantos. Y los periódicos son hoy como los dos gráficos sobre la evolución del paro que nos mostraban ZP y Rajoy en la televisión no hace mucho, que depende de cual mires estás en un país o estás en otro.
No somos capaces de utilizar adecuadamente la empatía para darnos cuenta de que, ni nosotros estamos tan cuerdos, ni los otros tan locos. De que pecamos todos de utilizar la política de una manera rastrera, de tergiversadores, de manipuladores. Que enseñar “costumbres españolas” o “educación para la ciudadanía” es al fin y al cabo, enseñanza en favor de la integración. Que distanciándonos hasta la radicalización sólo conseguiremos fragmentar el país, y aún quedan testigos presenciales para recordarnos en lo que acabó un día otra situación de crispación. Que dos no discuten si uno no quiere, y qué más da quién tiró la primera piedra.
En manos de gobierno y oposición está adecuar medios de diálogo, volver a unir las fuerzas en temas trascendentales de estado, como lo son la política territorial, la política anti-terrorista o la crisis económica. Que ya está bien de circos mediáticos. De elefantes voladores contra tigres malabaristas.
En definitiva, el fin de cuatro años de crispación política, reflejado su punto álgido en dos debates televisivos infinitamente copados de proselitismo en su estado más primario. Frasquitos de simpleza, dosificada en intervenciones de un par de minutos. Pero ha parecido bastar. Los españoles nos hemos volcado con inmensa abnegación en las urnas, defendiendo poco más que un color, poco más que un sueño. Blanco o negro. Desde el 89 y en adelante, testigos a su vez de una progresión (más geométrica que aritmética) del número de votos destinados a avalar el bipartidismo. El voto útil que demandaban populares y socialistas no ha dejado lugar a la diversidad. IU ha obtenido el mayor fracaso electoral de toda su trayectoria democrática con tan sólo 3 diputados, frente a 23 en el 79 o 21 en el 96. Tiempos mejores. El partido socialista de Euskadi aventaja al PNV en 11 puntos, también por primera vez en la historia de la democracia. Las dos fuerzas políticas principales, cabezas de cartel, han cerrado camino a los pequeños partidos. La ley electoral se ha convertido en una criba para ellos, obligados a permanecer impasibles ante algo que ni les va ni les viene a los representantes de las dos Españas. Las minorías son hoy más minoría que nunca, mientras perdemos la capacidad crítica, tan trascendental en tiempos como los que corren.
Y por mucho que miro no veo más que hooligans de uno y otro lado, coreando a pies juntillas las siglas de lo que presumen evocar, acopiadas fuerzas e institucionalizado símbolos que aparecen hoy desvirtuados, confundidos significante y significado. La bandera de España representa sólo a la derecha y la izquierda de hoy en día se hace llamar PSOE. Que Víctor Manuel ha abandonado los mítines de IU para acoplarse a los grandes, y es que al parecer el pelotazo urbanístico en esta izquierda está mejor visto. Que la derecha es algo más que una confabulación de obispos radicales predestinados a hacer del mandato de dios la única realidad posible. Que alguien dijo una vez que la palabra y la razón hablan, y la ignorancia y el error gritan. Que la duda es uno de los nombres de la inteligencia. Que se puede ser de izquierdas y se puede ser de derechas, pero que se debe ser crítico.
La televisión se ha convertido en un instrumento de adoctrinamiento ideológico con Iñaki Gabilondo al frente de la uniformidad mental y Eva Hache abogando por un humor que ni es humor ni es nada, más que ridiculización constante del adversario político. La radio es ahora una fuente de catastrofismo y singularidad de la mano de uno de los cuatro jinetes del apocalipsis, alias Federico Jiménez Losantos. Y los periódicos son hoy como los dos gráficos sobre la evolución del paro que nos mostraban ZP y Rajoy en la televisión no hace mucho, que depende de cual mires estás en un país o estás en otro.
No somos capaces de utilizar adecuadamente la empatía para darnos cuenta de que, ni nosotros estamos tan cuerdos, ni los otros tan locos. De que pecamos todos de utilizar la política de una manera rastrera, de tergiversadores, de manipuladores. Que enseñar “costumbres españolas” o “educación para la ciudadanía” es al fin y al cabo, enseñanza en favor de la integración. Que distanciándonos hasta la radicalización sólo conseguiremos fragmentar el país, y aún quedan testigos presenciales para recordarnos en lo que acabó un día otra situación de crispación. Que dos no discuten si uno no quiere, y qué más da quién tiró la primera piedra.
En manos de gobierno y oposición está adecuar medios de diálogo, volver a unir las fuerzas en temas trascendentales de estado, como lo son la política territorial, la política anti-terrorista o la crisis económica. Que ya está bien de circos mediáticos. De elefantes voladores contra tigres malabaristas.
1 comentario:
Lo siento chica, pero soy un hooligan. Y sí, me gusta Eva Hache. Saludos.
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