jueves, 10 de julio de 2008

Eres tú


Ardes en la sombra
del último rincón,
derruido y olvidado.
Eres tú el que estás
cuando la soledad
me mata.
Vienes y me buscas,
y tus ecos desmienten
tus palabras.
Y toda espera es poca.
Dura, fría estela
de este amargo reencuentro.
Y tu lengua de serpiente
a mi oído de latón,
me está volviendo loca.
Dónde está
que no logro encontrarla,
y en cada esquina,
en su lugar,
me miran
tus ojos de acero.
Eres tú el que estás
y no mi soledad
porque no logro encontrarla.
La eterna compañía,
la injusta abstinencia.
Son tus silencios
que no me dejan oir
cómo suena
el arrepentimiento.
Perviertes mi oscuridad,
te apareces en mis sombras
me abrazas desde dentro.
Me agarras
pero no me tocas.
Eres tú otra vez
y no mi soledad
el que me habla
entre las sombras.
Busco, insaciable
ese aroma a nadie.
El destello de lo oscuro,
mi sola presencia, loca.
No funciona
y no te vas.
Mi soledad se parte
y te llevas tu mitad.
Y vuelves a ser tú,
y no mi soledad
porque eres tú el que estás
cuando la soledad
me mata.

domingo, 8 de junio de 2008

Desandar (2006)

Como en muchas otras ocasiones, el cine ha probado su eterna capacidad para plasmar la importancia de una de las más ancestrales luchas abarcadas por el hombre pasado y actual: la búsqueda de la libertad. Mientras los planos se suceden, “El fugitivo” consigue transmitirnos angustia y ansiedad ante un temor muy conciso: perder la libertad personal frente a las arbitrariedades del poder estatal. Acusado erróneamente por un crimen que no había cometido, un hombre con una vida casi perfecta se convierte de repente en su único aliado para demostrar su inocencia ante el tribunal inculpador, que le condena a pena de muerte por el repentino asesinato de su esposa.
Surge entonces entre los espectadores un temor ficticio que, rehuyendo a nuestra realidad actual, pone de manifiesto la posibilidad de un mundo en el que la seguridad legal no amparase, un mundo en el que la presunción de inocencia no exista y los pilares de nuestro edificio legal puedan un día… caérsenos encima.
En la película, el protagonista se sale del marco legal huyendo de la justicia para, después de los dramáticos acontecimientos que consiguen mantenernos expectantes hasta el desenlace, salir airoso de lo que podía haberle costado la vida. Sin embargo, he aquí cuando se nos plantea la siguiente cuestión: haciendo a un lado la no muy creíble posibilidad de una “huida a lo Harrison Ford”, ¿qué haríamos si un buen día la justicia decidiese darnos de lado? ¿Cuál sería nuestra escapatoria si nuestro sistema judicial no nos concediese la posibilidad de defendernos, de exigir un juicio justo de acuerdo a unos valores que por consenso y desde hace mucho tiempo consideramos básicos y esenciales para la construcción de nuestra sociedad?
Reza el refrán: ponte de frente a lo que aún has de andar y de espaldas a lo ya andado. Y qué razón tiene. A 30 de septiembre del 2006, EEUU ha decidido desandar 500 años, y, casi un mes después, nadie ha conseguido persuadirle de lo contrario.
Tras el 11 de septiembre, las actuaciones del que se ha convertido en el grupo terrorista a nivel internacional más famoso de la historia, han conseguido poner al mundo patas arriba. Generados desencadenantes de todos los tipos, unos más esperados que otros, al otro lado del charco han emprendido una afanada lucha contra los responsables, y todo parece indicar que sus intentos no cesarán hasta conseguir para todos nosotros el maravilloso mundo que un día imaginó Walt Disney. En su largo andar, o quizás sería más justo considerarlo “desandar”, el gobierno estadounidense ha decidido reordenar sus prioridades, jactándose de valentía nacional mientras tira por la ventana los derechos de los ciudadanos, que al parecer carecen de vital importancia para una democracia que confiesa encontrarse en plena adolescencia.
Cuando las autoridades resolvieron que tener la posibilidad de acceder a las conversaciones que considerasen oportunas era legal y necesario, nadie al parecer tuvo nada que esconder. Cuando decidieron que al comprar tu billete aéreo estás obligado a poner a su disposición datos de hasta tus cuentas bancarias, los ciudadanos hicieron gala de ser “un libro abierto”. Ahora que han decidido legalizar la tortura y abolir el Habeas Corpus para extranjeros que se ciñan a la confusa definición de “combatientes enemigos ilegales”, ya no se sabe si es que realmente a nadie le importa, o si la avanzada investigación nuclear ha permitido a Bush controlar a la población mediante un fino mando a distancia.
Ya en 1215 el derecho anglosajón imponía como lo que sería uno de los principios de constitucionalidad la primera carta Magna, que reconocía en sus escritos ciertos procedimientos legales por los cuales se prohibía la detención de una persona de manera arbitraria. Hoy en día el hábeas corpus es ante todo una garantía constitucional que resguarda el derecho a la libertad ante cualquier actuación que logre privarnos de la misma y gracias a la cual podemos exigir comparecencia inmediata ante un tribunal que escuche nuestros argumentos para así determinar si nuestra detención ha sido o no legal.
La “Ley sobre comisiones militares de 2006” recibía 65 votos a favor y 34 en contra en el Senado, un día después de su aprobación en la Cámara de representantes. La lucha antiterrorista justificaba una vez más el quebranto de lo inquebrantable, el detrimento de la ilusión con la que la democracia intenta sin decaer aproximarse a un modelo eficaz, sólido y seguro, que vele por la justicia y la libertad. Mientras tanto, prisioneros retenidos injustamente en Guantánamo son sometidos a torturas inhumanas o, en palabras legales, “métodos de presión”, decretados por el presidente. Pero el presidente está ya tranquilo, pues con esta ley hará callar la protesta internacional acerca de lo ilícito de las retenciones; con esta ley el presidente ha legalizado la tortura, sin velo ni tapujos. Y tal y como están las cosas, parece que si pretendíamos encontrar a alguien que aún luche por la libertad…vamos a tener que ir a buscarlo al cine.

“La conocen los que la perdieron, los que la vieron de cerca, irse muy lejos. Y los que la volvieron a encontrar, la conocen los presos, la libertad”

Y el manto cayó (2006)

Esta es la historia de un país que no tenía nombre, ni número de habitantes, ni bandera ni situación geográfica. Algunos marineros juraban haberlo visto y otros no eran capaces de distinguir haberlo recorrido en sueños o en la realidad.
Las historias que allí se sucedían parecían sacadas del más asombroso cuento de hadas, porque las cosas eran otras y otras eran las cosas y a pesar de ser, de cualquier forma, un lugar recóndito y misterioso para muchos, los que allí habitaban no concedían ni un segundo a preguntarse qué ocurría mas allá de sus frondosos bosques y sus helados glaciares. Y así sucedía tanto en un lado como en el otro, como si una manta de lana separase dos horizontes coincidentes espacialmente, pero diametralmente opuestos entre sí.
El tiempo transcurría allí como si tal cosa, el sol salía y se ponía y los días se sucedían uno tras otro. Aún así, la monotonía ofrecía ese atisbo de la personalidad que otorga cualquier conjunto de seres y situaciones recogidas en un punto del mundo, en un momento elegido al azar. Y no se sabía si realmente había algo que distinguiese a este lugar de otros, ni si merecía la pena pasar toda una vida preguntándose si quedarse o salir, si subir o bajar.
La riqueza y la belleza se manifestaban en este lugar en forma de oro y plata, que fundidos consagraban la ornamenta tan característica del lugar, y, de esta forma, lo era todo y nada, al mismo tiempo. Perfección en forma de cotidianeidad, de unión y fuerza, de relaciones humanas, de superación y de trabajo; imperfección en forma de desigualdad, de cambio y rechazo, de hipocresía y egoísmo. Con sus virtudes y defectos, aquel país otorgaba y recibía, cambiaba y se adecuaba.
En cierto punto de la historia se hallaba él, ni más tarde ni más temprano, en ese momento, el que era. Y había cambiado, y se había adecuado y cada vez era más consciente de sus virtudes y defectos, pero seguía siendo él. Y fue en ese momento, exactamente, cuando ocurrió. Pasó de repente, de un día para otro y ya estaba, dando un giro de 180 grados para situarse a la deriva y hacia ninguna parte. No supo nunca cómo ocurrió, cómo pasó de ir paseando a ir cogido del brazo a toda velocidad.
Pero el caso es que fue así como la manta un día cayó, y unió lo inconexo y los dos horizontes chocaron, y ya no hubo nunca separación física para la que fue siempre una separación abismal. Porque las diferencias continúan y se acentúan si las intentas simplificar, si las comprimes de tal forma que parezcan una, cuando no dedicas el tiempo suficiente a admirarlas en su complejidad. Y luchó y combatió y trató de imponerse y quizá la fuerza no fue demasiado intensa o el tiempo no estaba de su favor.
Esta es la historia de un país que se vio invadido por otro mayor, esta es la historia de lo grande y lo pequeño, de lo material y lo imperecedero, del egoísmo y de la saciedad. Esta es la historia de no sólo un país, si no de tres, de cuatro y de más. Esta es la historia de América Latina, que vio a un héroe español, ni malo ni bueno, llevárselo todo, en un segundo. Y nunca volvería a ser lo que era; y entonces tuvo nombre, y número de habitantes, y mil banderas…pero también un dueño.

domingo, 25 de mayo de 2008

Sin uno saber muy bien cómo

Capítulo 1. Las relaciones.
Hasta cuando podíamos recordar, las cosas siempre habían ocurrido así. Las personas se unían, sin uno saber muy bien cómo. Creaban, de diversas maneras, vínculos de todo tipo y tamaño. Lazos más fuertes y más finos, más intensos o más superficiales. De cualquier manera, sí que era entendible el porqué de estas uniones aleatorias que carecían, en muchas ocasiones, de nexo alguno. Si bien ciertas personas abogaban por el sentimiento de pertenencia a una cierta comunidad; intereses similares, actividades conjuntas, coincidencia de gustos, lo cierto era que todo esto sonaba tan sólo a respaldo para lo que se hallaba siempre a un segundo plano. Y es que estas uniones constituían, al fin y al cabo, la clave de la felicidad.
Capítulo 2. La unión.
Aunque nadie pareciese darse cuenta, estas historias se repetían con muchísima frecuencia. Historias de gente como tú y como yo, que un día se unían, sin uno saber muy bien cómo. Si tuviese que contar, ahora mismo y sin pensármelo demasiado, cuántas cosas nos unían en aquel entonces, diría que cuatro y una me la estaría inventando. Claro que a la larga fueron a más, hasta finalmente conseguir una lista tan extensa como mi última carta a Papa Noel. Qué voy a contar que quien me conozca no sepa, si desde que mi memoria me cuenta estamos ahí, tú compartiendo tu película favorita conmigo, yo enseñándote a nadar a apenas un par de minutos de haber aprendido yo. Creo, y no pienses que no he reflexionado al respecto, que lo mejor de nuestra relación, y no sé bien si por nuestra o por relación, era que nos enriquecía. Y es que uno puede tener intereses, inquietudes, aptitudes, que cuando son cosa de dos se aplica la propiedad asociativa. Que si mío todo, que si tuyo, que si tuyo y mío. A sabiendas del tiempo que necesitamos para ello, se podía decir que nos conocíamos. Y ésta no era una afirmación de estas que hoy se hacen muy a la ligera, como eso de “me cago en dios”. Quizá había poco de lo que se podía estar seguro en aquel tiempo, y si había menos que ni se plantease, ésta era una de esas cosas. Lo que había crecido entre nosotros se acercaba ya casi a lo físico, y un gesto mío entonces era tan influyente como pasar minutos tirándote del brazo para llamar tu atención. A veces nos preguntábamos qué pasaría si se nos aislase en un lugar muy lejano, sin oportunidad de hablar con otras personas salvo con nosotros mismos. Nos reíamos al pensar que puede que entonces terminásemos por odiarnos, destruyendo eso que un día nos había unido, sin uno saber muy bien cómo.
Capítulo 3. La marcha.
El día que te dejé marchar no supe muy bien que hice con todo aquello, supongo que, ya hecho añicos, se lo regalé al viento. Cuando me preguntan si sentí pena, en realidad no sé bien que contestar. Supongo que de algo tiene que estar hecho el mundo, y qué mejor que rellenarlo de infinitos pedazos de historias como la nuestra. Y lo cierto es que te fuiste sin avisar, pero entonces yo ya lo intuía porque ya se sabe que todo tiene un fin, y el nuestro no podía postergarse por más tiempo. No es rencor lo que te guardo, y si me concediesen un solo segundo contigo lo más probable es que ni lo mencionase. Repaso mentalmente lo que me queda por contarte y me agobio y me falta el tiempo, pero pienso que es tiempo que si no se nos concede es que nunca nos hizo falta. Me gusta pensar que, cuando recorro los recónditos lugares que un día anduve contigo, estás todavía ahí, recordándome que las cosas nunca volverían a ocurrir de la manera en que lo hacían, recordándome lo que un día nos unió, sin uno saber muy bien cómo. Miento, tu partida dolió desde el primer minuto hasta el último.
Capítulo 4. El reencuentro.
25 años, 7 horas y 4 minutos después nos encontrábamos recorriendo uno de esos parajes que asemejan a los que aparecen en las postales navideñas enviadas por algún familiar lejano, y no teníamos nada que decirnos. A pesar del silencio, se podía decir que si algo quedaba de todo lo que hubo, era esa comunicación silenciosa que el tiempo nos concedió un día, y al parecer se había olvidado de arrebatarnos. Era duro, porque a pesar de los años y de las personas, de los ahora tuyos y de los aún míos, ya no teníamos nada en común. Todo había muerto, pero aún así y a sabiendas del tiempo que necesitamos para ello, se podía decir que nos seguíamos conociendo. Mientras nuestras sombras se dibujaban cada vez más tenues en el sendero, me carcomía la duda, la duda que los años se habían encargado de engendrar e ir alimentando. La duda que, por ahora, no era capaz de pronunciar. ¿Por qué te marchaste?
Capítulo 5. La vuelta atrás.
Para recuperar el tiempo perdido, experimentamos con toda clase de actividades. En un primer momento decidimos que, como personas civilizadas, quizá lo mejor fuera recurrir al fino arte de conversar. ¿No era así como empieza cualquier relación? ¿Acaso no había ocurrido así con nosotros mismos? Horas, días y hasta semanas enteras nos ocupábamos en relatar anécdotas, rememorar experiencias, constatar nuevas opiniones formadas; en definitiva, tocar aquellos temas de los que nunca antes habíamos hablado. Por mucho que nuestra relación hubiese sido, cuanto menos divertida, llegó un momento en el que la conversación tomó un rumbo monótono, y la somnolencia y el adormecimiento fueron sus principales efectos secundarios. ¿Debíamos plantearnos entonces el sentido de todo aquello? Como ya era costumbre(nueva, por supuesto)sopesar cualquier inquietud que nos atormentase, decidimos establecer un orden para las posibles causas de nuestro nuevo problema. Punto número uno: la consecuencia directa de la pérdida de la relación más importante de tu vida, totalmente atribuible a los procesos de la complejidad psicológica de cada individuo, era el detrimento de nuestra personalidad, que anulando nuestras mentes nos había convertido en personas aburridas y sin más ocupación que la de ver pasar la vida. (La descartamos por considerarla inundada de fatalidad) Punto número dos: Las historias mundanas e irrelevantes, producto de la consecución de anécdotas en la vida de cualquier ser humano, dan origen a la mayoría de conversaciones que mantienes con aquellos más afines; sin embargo, estas historias SÓLO resultan interesantes a la par que productivas en el mismo momento en que tienen lugar, porque ayudan a que vivamos con la ilusa convicción de que, con tus amigos, siempre hay tema de conversación. Considerando esta última posición como ciertamente más lógica, quizá era hora de cambiar el modus operandi de nuestra afanada lucha contra el tiempo. Sin consternarnos en absoluto por nuestro primer fracaso recurrimos al viejo truco de “aquí no ha pasado nada”. Ya en retrospectiva tuvimos que admitir que ésta había sido una idea nefasta, pues a lo largo del día surgían en las conversaciones reminiscencias a etapas o situaciones pasadas de las que el otro no tenía la más mínima idea, y como ninguno de los dos se consideraba un actor consagrado, tuvimos, con bastante desagrado, que abandonar la idea más facilota que habíamos conseguido auspiciar. Ahondando aún más en el pragmatismo como centro de gravedad de nuestras teorías, percibimos cómo una fuerza mayor nos catapultaba, en nuestros últimos cabeceos por retomar lo empezado, hacia lo que metafóricamente constituía el auténtico principio de todo, nuestra niñez. Ella nos devolvería el tiempo. Un juego. Las cinco preguntas y respuestas. Tu mayor fracaso. Suspender el proyecto de fin de carrera. Tu miedo más profundo. La edad avanzada de mi madre, con todas sus consecuencias. Tu mayor ilusión. Mi hija de seis años. Tu objeto más preciado: Un anillo que encontré en la playa con tan sólo nueve años. La relación más intensa de tu vida: Tú.
Capítulo 6. El tiempo.
El tiempo es como un hilo de lana muy, pero que muy largo. A lo largo de nuestra vida lo deshilvanamos, cada uno de una manera muy distinta. Como infinitas son las maneras de hacerlo, infinitos son los caminos que sigue nuestro tiempo personal, otorgando a su paso la continuidad que necesita nuestra vida para consolidarse. En aquel momento, y más en ese que en otro, nuestros hilos particulares se habían distanciado, abandonando ese particular entrelazado que un día nos había mantenido unidos, sin uno saber muy bien cómo.A pesar de nuestros locos esfuerzos y del agudo ingenio que caracterizó nuestra lucha, el tiempo no iba a retroceder. Nunca. Por mucho que lo intentásemos. Por mucho que quisiésemos. Intentar reenrollar los hilos a nuestro antojo sólo conseguiría enredar aún más nuestras vidas. Y para qué.
Capitulo 7. La realidad.
Como todo en esta vida, las relaciones son cosa del tiempo; a veces están y otras veces no, según sople el viento. Nosotros tuvimos nuestro tiempo y posiblemente ahora que nos hemos reencontrado lo volvamos a tener. Quién sabe si esta vez será para siempre, quién sabe si nos volveremos a perder. O si aún perdiéndonos, ya no pesemos el uno para el otro lo suficiente como para recordarlo. Y entonces pensé en el momento justo de tu partida. Lo sentí casi como si acabase de suceder, pero no era así. Y no era así por la sencilla razón de que tu marcha no tuvo lugar ayer, ni antesdeayer, ni la semana pasada, ni siquiera hace un año. Tu partida, así como las sensaciones y sentimientos que guardamos siempre en un mismo baúl, está asociada al tiempo. Todas nuestras situaciones lo están. A momentos puntuales, a estados anímicos precisos, a vestuarios y atuendos. A factores metereológicos concretos. Cómo esperar que tu marcha supusiese hoy lo que supuso para nosotros entonces. Había pasado mucho tiempo. Ahora éramos conscientes. De qué objetividad nos jactábamos los seres humanos cuando hablábamos sobre el tiempo o sobre la intensidad de una relación. Me declaro inocente si ha sido el tiempo quien, jugándonos una mala pasada, ha magnificado nuestras emociones hasta creer que estarían ahí para siempre. El cuantioso peso del presente nos devolvía bruscamente a la realidad, porque hoy, después de mil esfuerzos en vano, nos habíamos dado cuenta de que se nos había pasado el arroz. Hoy, nos daba igual decirnos adiós.
Capítulo 8. Las relaciones
Hasta cuando podíamos recordar, las cosas siempre habían ocurrido así. Las personas se unían y se separaban, se separaban y se volvían a unir, sin uno saber muy bien cómo. Finalmente concluimos que la temporalidad de nuestra relación no fue, ni mucho menos, negativa. Observándolo con un poco de entusiasmo, ese letargo en nuestra relación supuso un reafirmante de lo que fue, una consagración de nuestra unión en sí misma. Lo que nos ofrecía en aquel momento era algo que ya, simplemente, no necesitábamos, y pese a que hoy otras relaciones hubiesen ocupado su lugar, era obvio que sus frutos perdurarían eternamente. Y es que para nosotros ésta y todas las relaciones que cultivaríamos a lo largo de nuestras vidas eran, al fin y al cabo, la clave de la felicidad. La clave de nuestra felicidad.

domingo, 6 de abril de 2008

Los reyes del buen rollo

Sábado 5 de abril. Sala galileo galilei. Airbag. Presentación del disco: "Alto disco".

Tras asistir al esperado concierto de presentación del nuevo disco del grupo malagueño, no puedo más que dedicarle un par de mis líneas, sirva esto de ovación escrita. ¡Olé!




Airbag es un grupo surgido allá por 1998 en las mismísimas playas de Estepona. O al menos esa sensación me da a mí al escuchar esas melodías terroríficamente pegadizas que hablan del verano, la playa, las chicas y hasta de aprender a fumar. Formado por tan solo tres componentes, una guitarra un bajo y una batería, Airbag se consolida con este cuarto disco como toda una referencia nacional, además de confirmar a los más recelosos que el panorama musical español todavía existe.


Airbag publica su primer disco, "Mondo cretino", en el 2000, y con canciones con la fuerza de "Marta no es una punk" nos hacen de una manera más que directa torzer nuestras mentes hacia los mismísimos Ramones, influencia más que notable a lo largo de toda su carrera.


Con "Enshamble Cohetes", continúan con esta fórmula introduciéndose aún más en el punk-pop, reafirmándose en los problemas de "teenager" y demostránodonos a todos su indiscutible potencial a la hora de crear, con melodías fáciles y letras chorras (pero sobre todo divertidas), grandes hits para cada situación personal. "Big Acuarium" es un claro ejemplo de esta receta de música surf a la española.


En el 2005, con la publicación de "¿Quién mató a Airbag?", consolidan su trayectoria musical dejando un poco al margen su lado más punk para reafirmarse en las melodías cada vez más pop, llegando a su punto álgido con esta nueva joya con la que ahora nos deleitan.


"Alto disco" es, en mi opinión, el mejor disco de una trayectoria más que digna de un grupo que es capaz, y no es ésto poca cosa, de hacer canciones grandes usándo los ingredientes más simples. Y si a alguien todavía le quedan dudas de lo meritorio del asunto, le recomiento una sola escucha a temas tan geniales como "Tus rechazos golpean dos veces", "Ahí viene la decepción" o "Salva mi domingo". Aunque advierto que a lo mejor no es esto posible. Lo de escucharlos una única vez, quiero decir.


Aparte, un directo divertisímo, muchisima energía y un buen rato asegurado.



Tal y como los definió un amigo, "los reyes del buen rollo".

jueves, 3 de abril de 2008

Óscar Domínguez. El toro.


Oscar Domínguez. La Laguna, Tenerife, 1906- París, 1957.

lunes, 31 de marzo de 2008

Los crímenes de Jack el destripador

En las noticias. En la radio. En la prensa escrita. Tanto dilucidar sobre su existencia los convierte en prácticamente atemporales pero, ¿han estado los crímenes sexuales siempre ahí?
En 1888 nace en Whitechapel, Londres, el primer conjunto de crímenes, el número de ellos aún por determinar, realizados en un intervalo de tiempo concreto y atribuibles a una misma persona. Es decir, lo que se conoce como el primer asesino en serie de nuestra historia conocida.
Jack el Destripador cometió, por lo menos, cinco crímenes, entre agosto y septiembre de 1888; todos ellos protagonizados por prostitutas, habituales trabajadoras de uno de los suburbios más castigados por la delincuencia y la pobreza del panorama londinense de la época. Crímenes sanguinarios que reflejaban una profunda misoginia por parte del autor, además de una desviación psicológica cuyas pautas de acción, el tiempo nos demostraría, no resultarían acciones aisladas en tiempos venideros. Sus crímenes forman parte de lo que hoy conocemos como “crímenes sexuales”.
La policía de entonces, desconocedora de todas las posteriores aclaraciones que expertos en la materia nos ofrecerían con el paso del tiempo, corrieron tras la sombra de lo desconocido y sus pasos en falso costarían a la historia el caso abierto más polémico con el que criminólogos de todas las épocas hubieron de toparse. A día de hoy, la lista de sospechosos se eleva a la docena y no pasará mucho tiempo antes de que otro “ripperólogo”, (experto en el caso de jack el destripador), nos regale una nueva solución para este enigmático rompecabezas que asemeja indescifrable.
Hacia el 1900, alrededor de 22 años después, un médico austriaco, Sigmund Freud, es bautizado en el mundo entero como el “padre del psicoanálisis”. A pesar de ser tachada de seudo ciencia por sus detractores, entre los que se encuentra la mayor parte de la comunidad científica, ofrece un avanzado estudio sobre la conducta y enfermedades mentales del ser humano, e implanta las bases de lo que se convertiría, más adelante, en la criminología o psicología criminal. Esta se encarga del estudio no sólo del crimen en sí, sino también de la víctima, el infractor y por supuesto el control social del comportamiento delictivo.
En tiempos actuales y a pesar de los innumerables avances conseguidos en el tema, todo esfuerzo resulta claramente insuficiente, y la presencia de agresores, en concreto sexuales, en nuestra sociedad, se hace más notoria a medida que las soluciones se hacen esperar.
La psicología de este tipo de agresores suele poseer una dualidad en el comportamiento del individuo, que por una parte intenta satisfacer su apetito sexual, y por otra no menos trascendente manifiesta una conducta violenta de opresión y supremacía frente a la víctima, conjeturada como ser débil, sometido.
Hoy en día, las medidas penales que pretenden hacer frente a esta clase de delincuencia en la mayoría de los casos no sobrepasan la labor penalizadora, olvidando sobremanera la supuesta función reinsertadora que en tantos casos es obviada, contribuyendo no sólo a la marginación social sino también a la reincidencia de este tipo de criminales. Es cierto a su vez que sólo en determinadas cárceles españolas se está llevado a cabo un programa de reinserción de la mano de terapeutas especializados en la materia y cuyas respuestas, por parte de los infractores, no se hacen esperar. Es pronto para valorar de manera universal los resultados del programa, pero sí que es tiempo de valorar la posición que la sociedad está tomando al respecto. Las miles de protestas que surgen con cada excarcelamiento de un violador que ha cumplido su condena lo evidencian, y lo peor es que la reincidencia del criminal al poco tiempo de salir no hace más que dales la razón a aquellos que protestaban. La cárcel no soluciona el problema, tan solo lo aísla.
Se oyen ahora nuevas voces que pretenden abrir debates sociales para dar a esto nuevos remedios. La castración química se levanta como estandarte de la nueva solución, pero los especializados en la materia no se han hecho esperar, incidiendo en esta otra parte del problema, ya mencionada, que otorga relevancia no sólo al componente sexual del acto sino además al placer que para ellos supone el hecho de someter, cosa que no se solucionaría con la nueva medida. Es necesario entender que una desviación mental de esta índole merece ser tratada como tal, así como los delincuentes como enfermos que son. Una medida como la castración química no parece acarrear la desaparición del problema ni atacar en el nido del mismo, que se encuentra no en el órgano reproductor sino en la cabeza. Medidas tomadas a la ligera podrían además conducir a una agudización del problema, que podría conllevar actuaciones que, aunque no contengan componentes sexuales, podrían contener otros, iguales o peores. A Jack el destripador no le hizo falta violar a sus víctimas para ser englobados sus actos en el conjunto de crímenes sexuales, y castrado o no químicamente no hubiese disminuido su patología criminal, ni su problema con el sexo opuesto.
Cierto es que quizá es pronto para determinar un remedio. Éstas medidas basadas en la reinserción son teóricas para todo tipo de criminales en nuestra sociedad, y faltarán muchos años para que puedan llevarse a cabo, además de mucho presupuesto estatal. Es por esto por lo que por ahora es necesario optar por una medida “pasajera” que nos proporcione margen de actuación, para que en un futuro esperemos no muy lejano, seamos capaces de solucionar de verdad estos y otros problemas. Si la única solución, con los medios provistos, es el aislamiento para este tipo de criminales, no debemos pecar de progresistas asegurando que una reinserción es posible. Es bien cierto que es posible, me niego a creer lo contrario, pero evidentemente no lo es en el contexto en el que vivimos. No debemos precipitarnos con medidas ineficaces si queremos afirmar, en un tiempo no muy lejano, que los crímenes sexuales no estarán ahí para siempre.

martes, 18 de marzo de 2008

Veinte años bastan

¡LA HEMOS VUELTO A HALLAR!¡
¡La hemos vuelto a hallar!
¿Qué?, la Eternidad.
Es la mar mezclada
con el sol.
Alma mía eterna,
cumple tu promesa
pese a la noche solitaria
y al día en fuego.
Pues tú te desprendes
de los asuntos humanos,
¡De los simples impulsos!
Vuelas según..
Nunca la esperanza,
no hay oriente.
Ciencia y paciencia.
El suplicio es seguro.
ya no hay mañana,
brasas de satén,
vuestro ardores el deber.
¡La hemos vuelto a hallar!
-¿Qué?- -La Eternidad.
Es la mar mezclada
con el sol.


Arthur Rimbaud dejó la poesía con tan sólo veinte años, para dedicarse al comercio o a hacer fortuna. Consideró que escribir ya no podía ofrecerle más de lo que hasta ese momento le otorgaba; y decidió que su angustia interior no volvería a manifestarse a través de un simple lápiz. Como el mismo afirmó, Arthur Rimbaud, el poeta, murió con veinte años.
Nos dejó, a pesar de ello, un legado infinito de versos que, cómo este, hacen que su corta vida como escritor mereciese la pena.
A los que ya cuentan en sus espaldas con más de veinte años, los invito a echar la vista atrás. Parece que, sólo a algunos, veinte años de una vida bastan para vivir eternamente en las vidas de los demás.

lunes, 17 de marzo de 2008

El destino y las connotaciones fatalistas

En 1996, el famoso politólogo estadounidense, Phillips Huntington, publica una de las obras más difundidas y de mayor impacto social, en la historia de los últimos tiempos.
Introduce en ella un nuevo concepto y es quizás por la inminencia de adaptación o creación de nuevos términos, (la semántica se hace, una vez más, ajustar a los tiempos que corren), por lo que este intento de describir tan complicada realidad social cala de lleno en lo más hondo del subconsciente colectivo. El choque de civilizaciones, y todas las connotaciones dramáticas que enlaza subliminalmente un término en sí tan fatalista, habían llegado a nosotros.
En la historia de las civilizaciones que han poblado nuestro planeta, desde los más lejanos tiempos, desde la civilización maya hasta el islam, y sea cual sea la definición de civilización que establezcamos más válida, si hay algo que podemos considerar omnipresente a todo este largo recorrido histórico, es precisamente la diversidad. La individualidad del ser, como parte de un colectivo ceñido a la propia condición humana y frente a la homogeneización de las masas en estos tiempos de apurada globalización, es un valor añadido a todas las reflexiones que podamos hacernos frente a una misma idea: la idea de identidad.
Somos, los seres humanos, individuos en busca de una identidad, cultural, contractual, abstracta pero con necesidad de ser definida. Ya Malouf, en su obra “identidades asesinas”, nos propone una adhesión de identidades como respuesta a este ímpetu y afán por la afirmación de un yo personal, íntimo, que acabe generando una cantidad de odio suficiente para llevar a cabo las masacres que a día de hoy suceden en El Líbano, o acabaron con las Torres Gemelas en el atentado del 11 de septiembre.
Qué ha sido exactamente lo que nos ha llevado a esta situación de odio repentino, de perpetuación de creencias inhumanas, de reafirmación de valores enterrados ya por el paso del tiempo.
Religión, etnia y cultura se entrelazan en lo que algunos consideran el germen de la arraigada confrontación que hoy nos concierne. Un detenido vistazo al pasado nos hace concluir ciertas ideas, aún un tanto difusas. Bien es cierto que esta propia necesidad humana de no vivir con un “sinrazón”, de no encontrarnos a la deriva de un mar de tantas y tantas preguntas sin respuesta, ha dado origen a fenómenos tan globales como la religión. La radicalización de estas y otras ideas, sin embargo, no responde más que a un delirio de la propia personalidad humana y no debe considerarse en ningún momento causa y origen de tal desviación de valores y moralidad. Ni mucho menos debe serlo este último resurgir de movimientos que reivindican una identidad cultural, que no deber ser nunca un obstáculo en la organización del orden mundial. Estas identidades culturales sólo deben constituir un reafirmarte de esta diversidad de la que hablamos, esta diversidad que tanto caracteriza a esta raza humana y que debemos, hoy y siempre, enarbolar como si de una bandera se tratase.
Y es que los seres humanos, partiendo de tantas y tantas coincidencias, hemos logrado construir un mundo de diferencias que nos honran y enaltecen, despertando nuestro interés pero también nuestro miedo. Y para el miedo, qué mejor repuesta que la del conocimiento.
Como todo, han ido desarrollándose diversos procesos históricos para cada una de estas civilizaciones, que han hecho de cada una lo que hoy es. Con mucha razón escribió Arturo Graf, “La civilización es una terrible planta que no vegeta y no florece si no es regada de lágrimas y de sangre”. Y en esto hemos estado los seres humanos todo el tiempo, regándola y regándola pensando en que un día, no muy lejano, llegue a florecer. Pero como cualquier planta, tiene una velocidad de crecimiento diferente de todas las que la rodean, porque se alimenta y nutre de lo mismo, pero en diferentes dosis.
Occidente, y dentro de occidente Europa y en su interior la misma España, han tenido en este proceso sus propias dosis, que las han hecho distanciarse, a España de otros países, y a Europa de África y a occidente de oriente. Qué menos. No a todos les lleva el mismo tiempo ni partimos de las mismas facilidades, pero sí de los mismos sueños. Por qué intentan ahora inculcarnos la idea de moralidad europea, que el propio Huntington desuniversaliza y considera producto de nuestra propia historia. Lo que Huntington parece olvidar es la época en la que Europa, a través de las cruzadas, declaraba la guerra santa a los “infieles”. A través del desarrollo económico, muy ligado al desarrollo cultural, hemos, al igual que países con cierto paralelismo en bienestar, conseguido dejar de lado estas y otras imposiciones colectivas para encontrarnos frente a un nivel de vida que muchos quisieran. No nos cuestionamos hoy acerca de su cultura que, como la americana, por ejemplo, tenemos bastante bien asimilada. No tememos su cultura. Parten, al igual que nosotros, de unos valores morales universales, como la carta de derechos humanos, que nos hacen firmes convencidos de la racionalidad de sus actuaciones, a pesar de ocupar un lugar que difiere del nuestro en cuanto a identidad cultural.
Debemos confiar en que, tarde o temprano, estas otras civilizaciones lleguen a estas mismas conclusiones que tantas lágrimas y tanta sangre nos han costado conseguir. Y que, ya hoy, somos testigos de cómo otros derraman. Este choque de civilizaciones no es, ni mucho menos, un enfrentamiento inaplazable originado en la diversidad de culturas, si no un choque entre las diferencias temporales adheridas al desarrollo de una sociedad. Podemos, nosotros, fortuitos líderes de este desarrollo, fomentarlo en otros lugares de nuestro planeta, pero inmiscuyéndonos en su propia historia sólo conseguiremos aseverar los conflictos, realzar el miedo a lo diferente.
Lo que decidamos ahora establecerá el legado que dejemos a futuras generaciones. En nuestras manos está el adecuar mediadores que consigan estabilidad sin intromisión, moralidad sin imposición.
Porque el choque de civilizaciones, tal y como Huntington lo auguró, no es ni inevitable ni improrrogable. Pediremos una segunda consulta a su bola de cristal.

viernes, 14 de marzo de 2008

Elefantes voladores contra tigres malabaristas

Hemos sido testigos de una amarga polarización de masas. Cuatro años de bipartidismo extremo; de gritos, de discusiones y de desplantes más dignos de un patio de recreo que de unas instituciones con treinta años de antigüedad. Un show que ha culminado con un intenso partido de fútbol, más dado al espectáculo que al buen deporte. Mientras unos coreaban, puño en alto, viva España, otros se jactaban de progresistas. No había lugar para medias tintas. Ni medios vasos. Llenos o vacíos.
En definitiva, el fin de cuatro años de crispación política, reflejado su punto álgido en dos debates televisivos infinitamente copados de proselitismo en su estado más primario. Frasquitos de simpleza, dosificada en intervenciones de un par de minutos. Pero ha parecido bastar. Los españoles nos hemos volcado con inmensa abnegación en las urnas, defendiendo poco más que un color, poco más que un sueño. Blanco o negro. Desde el 89 y en adelante, testigos a su vez de una progresión (más geométrica que aritmética) del número de votos destinados a avalar el bipartidismo. El voto útil que demandaban populares y socialistas no ha dejado lugar a la diversidad. IU ha obtenido el mayor fracaso electoral de toda su trayectoria democrática con tan sólo 3 diputados, frente a 23 en el 79 o 21 en el 96. Tiempos mejores. El partido socialista de Euskadi aventaja al PNV en 11 puntos, también por primera vez en la historia de la democracia. Las dos fuerzas políticas principales, cabezas de cartel, han cerrado camino a los pequeños partidos. La ley electoral se ha convertido en una criba para ellos, obligados a permanecer impasibles ante algo que ni les va ni les viene a los representantes de las dos Españas. Las minorías son hoy más minoría que nunca, mientras perdemos la capacidad crítica, tan trascendental en tiempos como los que corren.
Y por mucho que miro no veo más que hooligans de uno y otro lado, coreando a pies juntillas las siglas de lo que presumen evocar, acopiadas fuerzas e institucionalizado símbolos que aparecen hoy desvirtuados, confundidos significante y significado. La bandera de España representa sólo a la derecha y la izquierda de hoy en día se hace llamar PSOE. Que Víctor Manuel ha abandonado los mítines de IU para acoplarse a los grandes, y es que al parecer el pelotazo urbanístico en esta izquierda está mejor visto. Que la derecha es algo más que una confabulación de obispos radicales predestinados a hacer del mandato de dios la única realidad posible. Que alguien dijo una vez que la palabra y la razón hablan, y la ignorancia y el error gritan. Que la duda es uno de los nombres de la inteligencia. Que se puede ser de izquierdas y se puede ser de derechas, pero que se debe ser crítico.
La televisión se ha convertido en un instrumento de adoctrinamiento ideológico con Iñaki Gabilondo al frente de la uniformidad mental y Eva Hache abogando por un humor que ni es humor ni es nada, más que ridiculización constante del adversario político. La radio es ahora una fuente de catastrofismo y singularidad de la mano de uno de los cuatro jinetes del apocalipsis, alias Federico Jiménez Losantos. Y los periódicos son hoy como los dos gráficos sobre la evolución del paro que nos mostraban ZP y Rajoy en la televisión no hace mucho, que depende de cual mires estás en un país o estás en otro.
No somos capaces de utilizar adecuadamente la empatía para darnos cuenta de que, ni nosotros estamos tan cuerdos, ni los otros tan locos. De que pecamos todos de utilizar la política de una manera rastrera, de tergiversadores, de manipuladores. Que enseñar “costumbres españolas” o “educación para la ciudadanía” es al fin y al cabo, enseñanza en favor de la integración. Que distanciándonos hasta la radicalización sólo conseguiremos fragmentar el país, y aún quedan testigos presenciales para recordarnos en lo que acabó un día otra situación de crispación. Que dos no discuten si uno no quiere, y qué más da quién tiró la primera piedra.
En manos de gobierno y oposición está adecuar medios de diálogo, volver a unir las fuerzas en temas trascendentales de estado, como lo son la política territorial, la política anti-terrorista o la crisis económica. Que ya está bien de circos mediáticos. De elefantes voladores contra tigres malabaristas.

Todo tiene un principio y cinco finales alternativos

Pero no vamos a hablar hoy del final. Lo interesante es lo que empieza hoy, aquí, en esta primera entrada. Lo que implica.
Hoy he cruzado la barrera de la desinformación, me he montado al carro de las nuevas tecnologías, he combatido con la testarudez informática y he vencido, colándome de lleno en la era de la comunicación. Hoy quiero ser a internet lo que a Madrid es el Pirulí (torre de comunicaciones).
He pasado de estar OUT a estar IN.
Hoy, y por primera vez en las obras completas de mi vida, TENGO UN BLOG.