lunes, 17 de marzo de 2008

El destino y las connotaciones fatalistas

En 1996, el famoso politólogo estadounidense, Phillips Huntington, publica una de las obras más difundidas y de mayor impacto social, en la historia de los últimos tiempos.
Introduce en ella un nuevo concepto y es quizás por la inminencia de adaptación o creación de nuevos términos, (la semántica se hace, una vez más, ajustar a los tiempos que corren), por lo que este intento de describir tan complicada realidad social cala de lleno en lo más hondo del subconsciente colectivo. El choque de civilizaciones, y todas las connotaciones dramáticas que enlaza subliminalmente un término en sí tan fatalista, habían llegado a nosotros.
En la historia de las civilizaciones que han poblado nuestro planeta, desde los más lejanos tiempos, desde la civilización maya hasta el islam, y sea cual sea la definición de civilización que establezcamos más válida, si hay algo que podemos considerar omnipresente a todo este largo recorrido histórico, es precisamente la diversidad. La individualidad del ser, como parte de un colectivo ceñido a la propia condición humana y frente a la homogeneización de las masas en estos tiempos de apurada globalización, es un valor añadido a todas las reflexiones que podamos hacernos frente a una misma idea: la idea de identidad.
Somos, los seres humanos, individuos en busca de una identidad, cultural, contractual, abstracta pero con necesidad de ser definida. Ya Malouf, en su obra “identidades asesinas”, nos propone una adhesión de identidades como respuesta a este ímpetu y afán por la afirmación de un yo personal, íntimo, que acabe generando una cantidad de odio suficiente para llevar a cabo las masacres que a día de hoy suceden en El Líbano, o acabaron con las Torres Gemelas en el atentado del 11 de septiembre.
Qué ha sido exactamente lo que nos ha llevado a esta situación de odio repentino, de perpetuación de creencias inhumanas, de reafirmación de valores enterrados ya por el paso del tiempo.
Religión, etnia y cultura se entrelazan en lo que algunos consideran el germen de la arraigada confrontación que hoy nos concierne. Un detenido vistazo al pasado nos hace concluir ciertas ideas, aún un tanto difusas. Bien es cierto que esta propia necesidad humana de no vivir con un “sinrazón”, de no encontrarnos a la deriva de un mar de tantas y tantas preguntas sin respuesta, ha dado origen a fenómenos tan globales como la religión. La radicalización de estas y otras ideas, sin embargo, no responde más que a un delirio de la propia personalidad humana y no debe considerarse en ningún momento causa y origen de tal desviación de valores y moralidad. Ni mucho menos debe serlo este último resurgir de movimientos que reivindican una identidad cultural, que no deber ser nunca un obstáculo en la organización del orden mundial. Estas identidades culturales sólo deben constituir un reafirmarte de esta diversidad de la que hablamos, esta diversidad que tanto caracteriza a esta raza humana y que debemos, hoy y siempre, enarbolar como si de una bandera se tratase.
Y es que los seres humanos, partiendo de tantas y tantas coincidencias, hemos logrado construir un mundo de diferencias que nos honran y enaltecen, despertando nuestro interés pero también nuestro miedo. Y para el miedo, qué mejor repuesta que la del conocimiento.
Como todo, han ido desarrollándose diversos procesos históricos para cada una de estas civilizaciones, que han hecho de cada una lo que hoy es. Con mucha razón escribió Arturo Graf, “La civilización es una terrible planta que no vegeta y no florece si no es regada de lágrimas y de sangre”. Y en esto hemos estado los seres humanos todo el tiempo, regándola y regándola pensando en que un día, no muy lejano, llegue a florecer. Pero como cualquier planta, tiene una velocidad de crecimiento diferente de todas las que la rodean, porque se alimenta y nutre de lo mismo, pero en diferentes dosis.
Occidente, y dentro de occidente Europa y en su interior la misma España, han tenido en este proceso sus propias dosis, que las han hecho distanciarse, a España de otros países, y a Europa de África y a occidente de oriente. Qué menos. No a todos les lleva el mismo tiempo ni partimos de las mismas facilidades, pero sí de los mismos sueños. Por qué intentan ahora inculcarnos la idea de moralidad europea, que el propio Huntington desuniversaliza y considera producto de nuestra propia historia. Lo que Huntington parece olvidar es la época en la que Europa, a través de las cruzadas, declaraba la guerra santa a los “infieles”. A través del desarrollo económico, muy ligado al desarrollo cultural, hemos, al igual que países con cierto paralelismo en bienestar, conseguido dejar de lado estas y otras imposiciones colectivas para encontrarnos frente a un nivel de vida que muchos quisieran. No nos cuestionamos hoy acerca de su cultura que, como la americana, por ejemplo, tenemos bastante bien asimilada. No tememos su cultura. Parten, al igual que nosotros, de unos valores morales universales, como la carta de derechos humanos, que nos hacen firmes convencidos de la racionalidad de sus actuaciones, a pesar de ocupar un lugar que difiere del nuestro en cuanto a identidad cultural.
Debemos confiar en que, tarde o temprano, estas otras civilizaciones lleguen a estas mismas conclusiones que tantas lágrimas y tanta sangre nos han costado conseguir. Y que, ya hoy, somos testigos de cómo otros derraman. Este choque de civilizaciones no es, ni mucho menos, un enfrentamiento inaplazable originado en la diversidad de culturas, si no un choque entre las diferencias temporales adheridas al desarrollo de una sociedad. Podemos, nosotros, fortuitos líderes de este desarrollo, fomentarlo en otros lugares de nuestro planeta, pero inmiscuyéndonos en su propia historia sólo conseguiremos aseverar los conflictos, realzar el miedo a lo diferente.
Lo que decidamos ahora establecerá el legado que dejemos a futuras generaciones. En nuestras manos está el adecuar mediadores que consigan estabilidad sin intromisión, moralidad sin imposición.
Porque el choque de civilizaciones, tal y como Huntington lo auguró, no es ni inevitable ni improrrogable. Pediremos una segunda consulta a su bola de cristal.

1 comentario:

Moncho Veloso dijo...

Creo que ya hemos echado alguna parrafada sobre esto y de sobra conoces mi opinión al respecto.

La religión, creo, es un peso muy pesado en el choque de civilizaciones. Cada una se cree poseedora de la verdad absoluta y lo que dicen las demás es, simplemente, falso.

Si a eso le unimos la creencia de que existe un way of life único, definitivo, ¿moral?... Y que, para más, hay que tratar de imponer a toda costa a los "infieles"...En fin.